Tampoco os voy a mentir, no es fácil estar en un hospital la
primera vez. Es duro acostumbrarse al trato con personas que no conoces de
nada, personas que quizá jamás vuelvas a ver y la verdad es que te cambia la
vida. Te vas de compras un día y piensas en tus pacientes, los que todavía
siguen en esas camas, algunos más en el otro mundo que en este y te haces
cuestionarte muchas cosas sobre la vida, si realmente uno vive como quiere o
vive como puede o, en otras palabras, si uno vive o solo intenta sobrevivir. Te
das cuenta de la suerte que tienes de tener dos piernas o dos brazos, de poder
comer o incluso ir al baño por tu cuenta, sin sondas o segundas personas que te
ayuden. Y eso si tienes a alguien que te ayude, alguien que esté allí
apoyándote, porque he de decir que la mayoría están acompañados, ya sea por su
mujer, marido, hijo/a, madre, padre, amigo/a… pero lo realmente triste es ver a
alguien que no tiene a nadie a su lado. Éstos son a los que siempre intento
tratarlos mejor y darles lo que les falta, un punto de confianza, de ayuda e
incluso "cariño" (entendiendo esa palabra como el mejor trato posible).
Parece una tontería, pero el trato con el paciente lo eliges
tú. Es algo humano. Algo que no te enseñan en clase, simplemente te sale de dentro, porque sí. Nos repitieron mil
veces que hay que ser amables, pero no a todo el mundo se le da bien serlo. Yo
creo que de momento eso lo llevo bien, supongo que todos tenemos nuestros días
de más cachondeo o de menos, aunque intento dejarme los problemas personales con mi ropa, abajo, en la taquilla. Y lo mismo hago con los problemas en el hospital, cuando me quito el uniforme de trabajo-pijama, todo eso se queda con él. Es como llevar una doble vida.
En esta primera semana he tenido estas y más reflexiones que quería compartir con vosotros, porque también hay que recordar que la gente que está ingresada no lo está porque quiere, pero sí que es cierto que no por estar allí hay que amargarse o enfadarse. Por eso quería, digamos, dedicar esta entrada a todas esas personas que hasta el momento me han hecho ver que en los hospitales no todo son lágrimas y llantos, que si ellos padeciendo la enfermedad que padezcan son capaces de sonreír, ¿por qué yo no? Si ellos no pierden el ánimo, yo jamás lo perderé. Por ellos, que me han enseñado esta gran lección de vida, y porque ha sido una primera semana fantástica, tanto enfermeras/os, como otros alumnos de tercero-cuarto que también me han enseñado mucho, y como no a vosotros seguidores, solo quiero decir: gracias.