Se acerca el final de la segunda semana de prácticas, que se ha hecho muchísimo más corta de lo que imaginaba.
Creo que no he tenido semana más larga que la semana pasada, y es que adaptarse a unos nuevos horarios es difícil. Ver como tus compañeros con el turno de tarde se acuestan tarde y se levantan tarde y tú totalmente lo contrario. Mi compañera de piso está en el turno de tarde y solamente la veo una hora al día, de 22:00 a 23:00, y a veces ni eso.
Pero si algo tenemos todos en común, tanto los madrugadores como los que se pierden la siesta es que NO HACEMOS NADA EL RESTO DEL DÍA.
En serio, es humanamente imposible intentar hacer algo de provecho de nuestras vidas estando de prácticas. Lo más productivo que he hecho últimamente es escribir este blog, así que creo que podéis imaginaros lo productiva que está siendo mi vida.
A lo mejor es que soy vaga simplemente, pero no me dan las fuerzas para hacer nada más que tumbarme en el sofá. Olvidaros de ir adelantando apuntes, o de ir haciendo el portafolios que os mandarán en Enfermería Clínica. Vuestro esfuerzo será en vano.
En fin, esta segunda semana, como decía, se hizo demasiado corta. Parece que no llevas nada en el hospital y a la vez que llevas ahí toda la vida. Los pacientes ya te conocen (si es que te toca en planta y no en consultas externas), te saludan y son ellos los que te ponen cara de lástima por tus ojeras y tus bostezos cuando llegas a las ocho de la mañana y te pones a pasar los controles, y te preguntan si hace frío fuera cuando les intentas poner el manguito del tensiómetro porque tus manos parecen recién enviadas desde el Polo Norte. Las enfermeras, que seguirán sin saberse tu nombre por mucho que se lo repitas (¡pero si sólo somos tres alumnas!), empiezan a confiar en ti y tú te sientes realizada por saber lo que hay que hacer.
Todo en la vida tiene su parte buena y su parte mala. Lo que hay que valorar es si vale la pena aguantar lo malo a cambio de lo bueno, y desde luego que vale la pena.