Cuando trabajas o haces prácticas en una unidad de paliativos lo único que no debes hacer jamás es dejar que te afecte tu entorno.
Es triste y sombrío, y a veces puede parecer que falta vida en los pasillos, que solo hay almas errantes que pasean sin saber muy bien hacia dónde ir.
Luego estás tú, que apareces riéndote escandalosamente y sales a ese pasillo lleno de caras tristes y compungidas. Y a veces hasta te sientes mal. Pero el momento en el que pierdas el humor trabajando en un sitio así será también el momento en el que tengas que empezar sesiones de terapia, porque muchas veces la risa es lo único que te mantiene con ganas de seguir haciendo lo que haces.
Y es que es imposible no reírte cuando te dispones a pinchar una palomita subcutánea y estás con un paciente tan delgado que poco más atraviesa la piel. Cuando por fin consigues colocarla bien se produce la fatídica casualidad de que la enganchas con la manga, y segundos después ves que sale volando por encima del cuerpo del paciente, que en un sueño profundo se mantiene ajeno al horror de que te arranquen una de estas pequeñas.
En momentos como ese das gracias porque los familiares hayan salido a tomar un café porque a ti te es imposible quedarte serio ante tal esperpento. Que te hacen eso a ti y el grito que te sale se escucha en media España, que a la otra media le llega por ultrasonidos.
Claro que estar en un hospital no significa perder la alegría. Tanto pacientes como familiares están al tanto de esto e intentan mantener esa alegría lo máximo posible, pero puedes encontrarte pacientes que van más allá...
Cuando te encuentras en este tipo de unidades el hospital llega a ser tu nueva casa, y algunos se toman esto muy en serio. Tanto, que montan la república independiente de su casa al más puro estilo Ikea y deciden que en su casa ellos hacen lo que quieran. Y si no quieren perder la alegría no la pierden. Y si tampoco quieren perder las ganas de desatar sus impulsos sexuales, pues los desatan. Y si tienen otro pacientes en la cama de al lado pues que se aguante. Para que luego digan que los hospitales son aburridos...
En muchos casos das con pacientes en los que ya ves venir que se acerca el final. Pero sorprendentemente no llega. Y sigue sin llegar. Y tú sigues esperando. Y ellos se amarran a la vida como un universitario se amarra a la mesa de un profesor en la revisión de su 4,9. Y hacen bien, que para algo solo tenemos una vida (que yo sepa claro, mi memoria no da para recordar posibles vidas pasadas).
Con estos pacientes vas con miedo. Miedo de que les tomes la tensión y te marque todo 0. Y tú con el familiar allí delante, que a ver que le sueltas... "pues mire usted, a su madre le ha salido la tensión redonda".
Llega un momento en el que casi prefieres que la agonía termine. Para el paciente, para la familia y para ti. Porque tú ya lo ves venir, todos los médicos, enfermeros, auxiliares... lo ven venir, y la familia lo ve venir, y al final solo queda esperar a lo inevitable...
Pero no en tu turno, que vaya marrón.
Así que dedicas tus 7 horas de trabajo diario a cuidar al paciente y esperar que llegue con vida al final de tu turno. Es como jugar a la patata caliente en el Grand Prix. Sin olvidar, claro, que como te explote la patata vas a tener que desconectar lo que ya se considera un muerto de innumerables vías y sondas. Y eso impone un poco. Así que mejor que no te toque a ti.
La risa forma parte de la vida, es algo natural y no debemos dejar de reírnos solo por estar en un sitio así. Es una forma sana de abstraerse de la tristeza que te rodea. Y cuando te estás riendo en el pasillo de una unidad de paliativos no te estás riendo de un paciente, un familiar o un compañero. Te estás riendo de la vida, porque es algo que mientras puedas, tienes que celebrar.