jueves, 19 de noviembre de 2015

Siempre nos quedará el humor

Cuando trabajas o haces prácticas en una unidad de paliativos lo único que no debes hacer jamás es dejar que te afecte tu entorno.
Es triste y sombrío, y a veces puede parecer que falta vida en los pasillos, que solo hay almas errantes que pasean sin saber muy bien hacia dónde ir.
Luego estás tú, que apareces riéndote escandalosamente y sales a ese pasillo lleno de caras tristes y compungidas. Y a veces hasta te sientes mal. Pero el momento en el que pierdas el humor trabajando en un sitio así será también el momento en el que tengas que empezar sesiones de terapia, porque muchas veces la risa es lo único que te mantiene con ganas de seguir haciendo lo que haces.

Y es que es imposible no reírte cuando te dispones a pinchar una palomita subcutánea y estás con un paciente  tan delgado que poco más atraviesa la piel. Cuando por fin consigues colocarla bien se produce la fatídica casualidad de que la enganchas con la manga, y segundos después ves que sale volando por encima del cuerpo del paciente, que en un sueño profundo se mantiene ajeno al horror de que te arranquen una de estas pequeñas.
En momentos como ese das gracias porque los familiares hayan salido a tomar un café porque a ti te es imposible quedarte serio ante tal esperpento. Que te hacen eso a ti y el grito que te sale se escucha en media España, que a la otra media le llega por ultrasonidos.

Claro que estar en un hospital no significa perder la alegría. Tanto pacientes como familiares están al tanto de esto e intentan mantener esa alegría lo máximo posible, pero puedes encontrarte pacientes que van más allá...
Cuando te encuentras en este tipo de unidades el hospital llega a ser tu nueva casa, y algunos se toman esto muy en serio. Tanto, que montan la república independiente de su casa al más puro estilo Ikea y deciden que en su casa ellos hacen lo que quieran. Y si no quieren perder la alegría no la pierden. Y si tampoco quieren perder las ganas de desatar sus impulsos sexuales, pues los desatan. Y si tienen otro pacientes en la cama de al lado pues que se aguante. Para que luego digan que los hospitales son aburridos...

En muchos casos das con pacientes en los que ya ves venir que se acerca el final. Pero sorprendentemente no llega. Y sigue sin llegar. Y tú sigues esperando. Y ellos se amarran a la vida como un universitario se amarra a la mesa de un profesor en la revisión de su 4,9. Y hacen bien, que para algo solo tenemos una vida (que yo sepa claro, mi memoria no da para recordar posibles vidas pasadas).









Con estos pacientes vas con miedo. Miedo de que les tomes la tensión y te marque todo 0. Y tú con el familiar allí delante, que a ver que le sueltas... "pues mire usted, a su madre le ha salido la tensión redonda".

Llega un momento en el que casi prefieres que la agonía termine. Para el paciente, para la familia y para ti. Porque tú ya lo ves venir, todos los médicos, enfermeros, auxiliares... lo ven venir, y la familia lo ve venir, y al final solo queda esperar a lo inevitable...
Pero no en tu turno, que vaya marrón.
Así que dedicas tus 7 horas de trabajo diario a cuidar al paciente y esperar que llegue con vida al final de tu turno. Es como jugar a la patata caliente en el Grand Prix. Sin olvidar, claro, que como te explote la patata vas a tener que desconectar lo que ya se considera un muerto de innumerables vías y sondas. Y eso impone un poco. Así que mejor que no te toque a ti.

La risa forma parte de la vida, es algo natural y no debemos dejar de reírnos solo por estar en un sitio así. Es una forma sana de abstraerse de la tristeza que te rodea. Y cuando te estás riendo en el pasillo de una unidad de paliativos no te estás riendo de un paciente, un familiar o un compañero. Te estás riendo de la vida, porque es algo que mientras puedas, tienes que celebrar.

Traumatología: Toma de contacto

En cuanto abres la puerta de traumatología, lo primero que piensas es que te has equivocado de lugar, o que los obreros se olvidaron del instrumental en cuanto acabaron el edificio, y menos mal que entras a primera hora de la mañana y no cuando todo está manchado de yeso.

Hablando un poco del material, os explicaré un poco el más utilizado:


  • Pinzas de Wolf o Pico de pato (arriba izquierda): utilizadas para separar la escayola de la piel y evitar así las molestias que tenga el paciente.

  • Tijeras de Brawn (izquierda): Se usan para cortar yeso, ya que no cortan en algodón o tela.

  • Tijeras de Esmarch o Lister (medio): Son las usadas en el algodón o los vendajes o, simplemente, para cortar apósitos.

  • Diastasador (derecha): Este aparato permite separar la escayola una vez hecho un surco en ella con la sierra eléctrica. Se debe tener mucho cuidado, ya que se necesita mucha fuerza y puede escaparnos de las manos y acabar dañando al paciente o a nosotros mismos.

Me faltan aparatos como el cortafríos para cortar alambres o hierro, la sierra eléctrica para abrir una brecha en el yeso, y más cosas que pueden hacer que se te resbale la escayola que quieres sacar sólo con el sudor frío que te recorre el cuerpo al verlos (aunque al final no hagan daño). Así que mejor andaros con cuidado y mirad de vuestros hijos, sobrinos y demás niños; porque ellos son los más susceptibles de gritar y no aguantarse el miedo, y luego te viene la enfermera de reumatología asustada preguntando que a quién estamos torturando.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Lo que el despertador se llevó

Es lunes, son las 6:30 de la mañana y suena el despertador.
Tan solo 4 horas antes múltiples pensamientos de cómo iba a ser todo me inundaban la cabeza.
Ni siquiera tengo sitio para el sueño - otra de las ventajas de dormir poco y mal - mientras palpo las paredes desesperado por encontrar la puerta. Todavía queda mucho para que salga el Sol y apenas se escuchan ruidos.

Todo sigue igual cuando 45 minutos después recorro las calles, desiertas y oscuras, por las que casualmente me cruzo con algún trabajador de la limpieza o algún alma perdida que también se pregunta qué se le ha perdido en la vida para estar despierto a esas horas.

Al llegar al hospital la imagen cambia radicalmente. Un conjunto de decenas de futuros profesionales sanitarios se preparan para empezar sus prácticas, entre dormidos y emocionados.

Yo me dirijo con mis compañeras a la unidad de cuidados paliativos y media estancia. Allí nos encontramos a nuestra profesora de prácticas, que nos explica con brevedad lo que tenemos que hacer al llegar y luego se esfuma para ir a descansar tras un largo turno de noche. Nosotros nos quedamos allí, estáticos, mirando al vacío, pensando... ¿alguien verá que estoy aquí?¿Qué tengo que hacer?

Esperar... hasta que a cada uno nos asignan unas habitaciones. Entonces nos cargan de material y con toda la naturalidad del mundo nos comentan: "venga, a tomar constantes", y se dan la vuelta para preparar medicación.

¿Así, de repente? Y claro, te empiezas a agobiar... Tener que entrar tú solo cuando apenas pasan de las 8 de la mañana, sin saber qué te vas a encontrar ahí dentro. ¿Se quejarán?¿Los despertarás? Y si no están despiertos... ¿les pegas un grito?¿les echas agua encima?¿los zarandeas...?

La respuesta es mucho más simple. Los incansables familiares llevan varias horas despiertos... pobres, algunos merecen un premio. Los pacientes... digamos que la mayoría mantienen su sueño profundo. Algo de descanso que no les viene mal.

Procuras acabar rápido para no molestar y salir rápido de allí. Pero claro, se te atasca el tensiómetro, o se queda sin batería, y el termómetro no pita... y tú blasfemas en bajito, que no parezca que llevas allí toda la vida.
Ni te molestes, no funciona.
Terminas de pasar revista por todos tus pacientes mientras el pasillo va cobrando algo de vida a medida que empiezan los aseos y los desayunos, y tú disfrutas de un breve descanso antes de pasar la visita con el médico.

Luego empiezas las visitas. Lo que más sorprende es que las familias, cansadas, tristes, hechas polvo... son capaces de hasta sonreír a pesar del calvario que pasan. Y eso te da fuerzas. Porque si  te quitan la alegría entonces ya sí que apaga y vamos.

Terminas la visita y toca poner medicación de media mañana hasta que... ¡vaya! Toca charla de medicina preventiva.
Todo un lujo de charla de la que sacas como conclusión que a las 2 de la tarde hablar de insulina te da hambre... ah, y que las agujas pinchan, sobre todo si van acompañadas de hepatitis, VIH o cualquiera de las maravillas que te puedes llevar a casa por solo un pinchacito en el peor momento del mundo.
En serio, cuidado con las agujas.

Enfermera en prácticas

Y llega el gran momento, ese que llevas esperando con ilusión desde que empiezas la carrera, eso que se escucha por los pasillos de la facultad y por lo que te envidian estudiantes de 2º de medicina que siguen teniendo que estudiar columnas de apuntes (y me quedo corta), llega el periodo de "enfermera en prácticas".


Para haceros una idea de lo importante que es el primer día de prácticas deberíais saber que cada vez que un alumno de primero mantiene una conversación, por mínima que sea, con un estudiante de enfermería de cursos más avanzados, las dos preguntas imprescindibles son: ¿Cómo son los exámenes de (insertar asignatura o profesor)? y preguntar por las prácticas (ya sea por el primer día, por qué se hace, si te tratan bien, si te dejan hacer cosas, y un largo etc.).

Así que, como nosotras no íbamos a ser menos, nos fuimos informamos a lo largo del curso, y lo que se rumoreaba no era malo. Se dice que las enfermeras son majas y que no sólo vas a estar mirando lo que ella hace o que, por el contrario, no harás todo su trabajo. Pero aunque es todo lo que un estudiante de enfermería quiere y desea, los nervios primerizos no se te van.

Llegado el día, te despiertas temprano para no llegar tarde (cosa imposible, teniendo en cuenta que si no te pierdes de camino al hospital, te pierdes dentro de él buscando, en mi caso, consultas externas o medicina preventiva), y tienes intenciones de prepararte un buen desayuno para no desfallecer en toda la mañana, aunque siendo realistas ni te da tiempo a hacerlo, ni tienes ansias de comer nada a semejantes horas de la mañana. Finalmente, cuando por fin estás en el sitio correcto a una hora más o menos decente, tienes esa ilusión y esas ganas de querer hacer algo productivo esa mañana, pero te lo adelanto, la cosa más interesante que harás será como mucho abrir paquetes de gasas.

La verdad es que no quiero desanimaros, ya que no todo es así de malo, las cosas cambiarán en los próximos días en cuanto la confianza aumente, tú te vayas interesando por cosas, y las enfermeras vean que pueden estar seguras de que no harás ninguna tontería (o que por lo menos lo harás lo mejor que puedas), así que, resumiendo, tu vida se irá volviendo un poco más feliz.

Día 1. Planta de Neurocirugía.

Prácticamente lo que hacemos en mi planta es habitualmente lo mismo. Hay ciertos procedimientos que es necesario realizar todos los días y otros que son puntuales y hay días que no son necesarios. Por eso el orden de las cosas que hacemos varía cada día, así como el tiempo que tardamos en hacerlo, porque puede surgir algún imprevisto (como lo bien que funcionan los tensiómetros y lo poco que tardan en gastar la batería, espero que se note la ironía). Así que en cada entrada, para no repetirme mucho, me iré centrando en cada uno de los procedimientos que llevamos a cabo.

El primer día mis compañeras y yo llegamos a nuestra planta y, después de esperar a que las enfermeras aparecieran, cada una se pegó a una enfermera y la siguió en sus labores. 
En nuestra planta las habitaciones se dividen en tres grupos y cada enfermera se ocupa de un grupo. 
Como no teníamos ni idea de nada, antes de empezar nos explicaron que lo primero que se hace es pasar controles, es decir:

-Tomar la temperatura.
-Tomar la tensión arterial. 
-Tomar las pulsaciones.
-Preguntar el grado de dolor que sienten (en el programa informático Gacela se evalúa con la escala EVA).
-Preguntar si han realizado alguna deposición el día anterior. 

En mi planta muchos de los enfermos son totalmente dependientes, en diferentes fases de demencia, o se encuentran en algún estadío de coma, por lo tanto estas dos últimas preguntas no se le pueden hacer. 
En estos pacientes, que no pueden participar o no son conscientes totalmente de lo que se les está realizando, es a veces algo más difícil tomarles la tensión por ejemplo, porque pueden hacer fuerza involuntariamente con el brazo o moverlo, y no permiten que el tensiómetro tome bien las constantes.
Por otro lado, en el caso de que algún paciente tenga fiebre hay que comprobar si tiene algún medicamento pautado en ese caso y administrárselo.
Lo mismo ocurre con el dolor, en el caso de que los pacientes se quejen del dolor se le administrará un calmante prescrito anteriormente por el médico comprobando que han pasado las horas necesarias si ha sido administrado anteriormente para poder administrarlo.

Es normal ir nervioso las primeras veces que lo hagas, no tiene mucha ciencia pero a veces no sabes en que brazo poner el tensiómetro o por qué narices te da error. Te dirán que normalmente el mejor brazo es el que no tiene ninguna vía, pero si ya te han puesto el termómetro en el brazo libre te vas a tener que fastidiar o esperar a que pite para poder sacarlo y poner el dichoso aparato. Pero tranquilo, una vez que hagas un par de ellos te sentirás un verdadero experto, eso sí, cuando está tu enfermera al lado. La cosa cambia cuando te dice "ala, vete tú a aquella habitación mientras yo voy a esta". Es una sensación parecida a cuando tu madre te deja solo en la cola de la compra y te toca pagar pero tu madre aún no llegó, te ves solo ante el peligro. 

Una vez hemos pasado control por todos los pacientes se pasan los datos al programa informático del GACELA que explicaré en la próxima entrada.

Día 1. Medicina interna.

Era un oscuro día (ya que eran las 7 de la mañana cuando salí de la residencia, sí, vivo en una residencia, el lugar donde más se puede dormir del mundo), pero a la vez que oscuro también era mi primer día de prácticas. "Prácticas en un hospital". El cansancio de las 4 horas que dormí esa noche hicieron que casi no sintiese nervios, solo ganas de llegar al vestuario, ponerme el pijama (porque es lo mejor de este trabajo, nuestro uniforme es un pijama) y tirarme en la primera cama vacía que viese allí. Por mi desgracia, los nervios se despertaban a medida que se acercaban las 8:30, hora a la cual nos dijeron que aparecería alguien a recogernos a la entrada de ese hospital. Éramos cuatro chicas de mi curso en un turno de mañana de 7h, solas, abandonadas a la intemperie en aquel extraño lugar que nunca antes pisara, ya que no soy en sí de Santiago. De repente, un enfermero de edad media nos miro con cara extrañada a lo que yo dije: "debe ser el que viene a por nosotros". Y efectivamente, vimos como se acercaba a nosotras, despavoridas, y nos preguntó: "sois vosotras las de prácticas?". Si me hubieran hecho un electro en ese momento las líneas hubiesen salido de la gráfica. Bajamos al vestuario, donde nos cambiamos y salimos de él dispuestas a todo (no, pero era lo que tocaba). Hablando de tocar, nos repartieron a dos a medicina interna (yo un pasillo y otra el otro), otra a cirugía y la última a trauma. Cuando el enfermero me presentó al equipo de enfermería de aquella planta, y con presentar me refiero a decir mi nombre y recalcar varias veces que era de 2º y era la primera vez que realizaba tales prácticas hospitalarias, lo que hizo fue irse. Yo, sin saber exactamente qué hacer, me dijeron que estuviese las primeras horas con un chico muy agradable que, al verlo vestido como yo, supe que estaba en prácticas. Era de tercero y fue como mi guía ese primer día, enseñándome a purgar sueros, diluir medicación, etc. Lo que más me costó de ese primer día fue localizarme. Para empezar, mi sentido de la orientación es nulo y en descenso... Cuenta la leyenda que si lo deseas con mucha mucha fuerza, puedes hacer que un pasillo de hospital no te parezca igual al anterior. Se vio que yo no tuve fuerza suficiente (normal, a esas horas). Cuando fueron las 10am nos dejaron bajar a desayunar. Era como nuestro pequeño descanso de media horita. Al volver arriba, una enfermera me cogió y me llevo con ella a administrar las diferentes medicaciones a sus pacientes. La verdad es que, si ya antes me parecía difícil farmacología, ahora más. Aparte de administrar la medicación por vía intravenosa, también me permitió pinchar en la barriga el clexane, fármaco que se inyecta subcutáneamente tomando como referencia el ombligo y a la altura de la cresta ilíaca, cogiendo un pellizco de piel y pinchar, administrar y retirar. "Cuanto más rápido inyectemos y retiremos la aguja, menos le dolerá" recuerdo que me dijera. Fue bastante fácil y los pacientes también por su parte tan amables que hasta te lo agradecían. Después básicamente me fue explicando pequeñas cosas: cómo nebulizar, cómo conectar el oxígeno, fijarse que el lugar donde tengan la vía puesta no esté rojo o inflamado... me habló de algunos fármacos y hasta para qué se utilizaban, pero por más que intentara quedarme con toda la información que me daban, me resultó imposible. Aún así tuve suerte con el equipo de enfermería que me tocó. Mañana, más y (esperemos) mejor.

La prueba de fuego.

Si estás leyendo esto y eres un futuro/a enfermero/a deberás saber que no será fácil. Que si te toca el turno de mañana las ojeras y las ganas de llegar a tu casa y comerte la despensa entera no te las va a quitar nadie. Pero el miedo y los nervios del primer día se pasan el primer día. 

Ojalá os toque una buena monitora, porque influye mucho en tu forma de ver la profesión (sobre todo el primer día) el que te guíen bien y traten de ayudarte lo máximo posible. Aún así, si os toca la típica enfermera (no nos engañemos, siempre la hay) que, por decirlo de alguna manera, es algo distante y no es muy participativa, no os desaniméis, los turnos rotan y según vayáis cogiendo soltura también os dejarán ir haciendo más cosas.


Empezar las prácticas es "la prueba de fuego". Los laboratorios con maniquíes son muy entretenidos y las clases teóricas sí, bueno, son muy interesantes y muy importantes para nuestra formación bla bla bla... pero dónde realmente sabes si te gusta la profesión es en las prácticas. 

En mi caso, mi primer día fue genial. No por el hecho de que pasara nada extraordinario ni porque mi enfermera fuera la mejor de las mejores (que no me quejo en absoluto, todo hay que decirlo) sino por el hecho de descubrir que realmente me gusta esta profesión. Siempre pensé que me costaría mucho el trato con los pacientes y que habría muchas cosas que me darían reparo, porque no todo es agradable, pero el saber que estás ayudando a las personas y ver que te lo agradecen no se puede explicar. Me siento realmente afortunada de poder vivir esta experiencia y espero que la gente que se encuentre en mi lugar se sienta como yo.


Soy una de esas muchas personas que entran en enfermería de rebote porque no les da la nota para entrar en medicina. Sin embargo, hoy puedo decir con total seguridad que no me arrepiento en absoluto de no haber entrado.





martes, 17 de noviembre de 2015

Paliativos 101

La vida no deja supervivientes. Todos vamos a morir.

Es una triste verdad que todos conocemos pero preferimos ignorar. A la mayoría de nosotros, sobre todo a los jóvenes es algo que no nos suele afectar en nuestro entorno. Y sin embargo ahí está.

Todo se vuelve un poco más real cuando tienes que hacer prácticas clínicas en la unidad de cuidados paliativos de un hospital. Todos sabemos lo que significa paliativo, pero para aquellos que lo ignoréis nuestra querida RAE lo define como:

"tratamiento o remedio que tiene como finalidad mitigar, suavizar o atenuar el dolor de un enfermo"

Hasta ahí todo bien, no? Mitigar el dolor de un enfermo es parte fundamental del trabajo de enfermería, sin embargo, los cuidados paliativos se aplican sobre todo a pacientes cuya enfermedad no responde a un tratamiento curativo y que amenaza la vida.
O dicho de otro modo un poco insensible, son pacientes que en no demasiado tiempo van a morir.

Vives con este estigma todos los días que pasan desde que sabes dónde hacer las prácticas hasta que la empiezas.
Tus conversaciones se basan en un:

- ¿Cuanto te queda para empezar las prácticas?
- Dos semanas.
- Y que, ¿ya sabes dónde te toca?
- Sí, en paliativos.
- Uf *resoplo*...

En ese momento la conversación adquiere un tono ligeramente gris - hasta el punto de que hasta el cielo se vuelve gris - y tú oyente ladea la cabeza y pone unos ojos tristes que te recuerdan a algo así:




Todo esto solo te hace pensar... ¿será peor que de lo que me imagino?
Respuesta: siempre es peor de lo que te imaginas, lo que va a marcar la diferencia es si vas a dejar que paliativos se apodere de ti o si tú te vas a a apoderar de paliativos.