sábado, 19 de diciembre de 2015

Enfermos enfermeros

Llegamos ya al final de nuestra quinta semana de prácticas con  un nivel de cansancio fuera de lo normal (ahora dormir 5 horas al día ya es rutina), que se suma a un acúmulo de diversas sensaciones que ejercen su efecto sobre nosotros.

Primero, la proximidad del invierno ha dejado su huella en nuestros organismos en forma de una gran variedad de enfermedades. De todos los tipos y niveles de gravedad que afectan a todos los ámbitos del personal sanitario sin excepción. Pero el más afectado acabas siendo tú mismo, con un trancazo de esos que marcan unas navidades.


Porque ya es malo estar enfermo, pero si aún por encima tienes que estar en un hospital es peor. Y ya si estás enfermo en un hospital pero estás trabajando sin que nadie cuide de ti eso ya es morirse (no literalmente, claro).

Llegas a primera hora y pasas de estar en la calle con apenas 10 grados a ese microclima típico de pasillo de hospital que nada tiene que envidiar al clima canario. Un calor asfixiante que hace que vayas chorreando mientras tomas constantes hasta el punto de llegar a marearte del calor. Luego a algún genio de la climatología se le ocurre abrir las salidas de emergencias para que los vientos glaciares nos recuerden la época del año en la que vivimos. Y tú pasas de estornudar a chorrear sudor cada vez que entras en una habitación.


A esto hay que sumarle, claro, el hecho de que tus fosas nasales han perdido todo rasgo de funcionalidad respiratoria, y ahora se dedican única y exclusivamente a amargarte la vida con una continua moquera. Así que todo el respeto y dignidad que te habías ganado en un mes y medio de prácticas lo pierdes en media mañana al ir estornudando a los pacientes en la cara y al parar a sonarte los mocos con una mano mientras tienes una aguja medio clavada en la otra.
Además, tu voz suena como un camionero afónico y se generan dudas sobre si estás enfermo o de resaca.

Claro que por si no fuera suficiente, te toca con la enfermera frenética. Cualquier día estarías encantado de tener toda esa acción por la mañana. Pero no hoy. Cuando ella está mirando intentas mantener la compostura y parecer que le sigues el ritmo como cualquier otro día, pero en cuanto deja de mirar vuelves a tu estado catatónico arrastrándote por los suelos en zigzag con una fuerza vital digna de paliativos. Y el pasillo te va pareciendo cada vez más largo...

Intentando llegar a la sala de descanso
Y aunque te estés muriendo quieres ser útil, hacer cosas y aprender, que para eso estás ahí. Y entonces te dicen que vayas a hacer algo en el preciso momento en el que sueltas un estornudo que hace eco en toda la planta, y te miran con pena y dicen "bueno, mejor ya voy yo...".

Todo esto te da pena porque estás a punto de acabar las prácticas y sabes que en el fondo (muy muy en el fondo) vas a acabar echándolo de menos, porque ha acabado siendo divertido y te lo has pasado bien con la gente que has conocido, así que prefieres aprovechar el tiempo que te queda. Pero en ese estado es complicado hacer cualquier cosa.
Así que al final decides que lo mejor es acabar el día cuanto antes e irte a tu casa a tumbarte para recuperarte durante el fin de semana y poder llegar a tu último día cargado de energía (que además tienen que ponerte la nota, y claro...).