Contra todo pronóstico, después del domingo llegó el lunes.
Y cuando pensabas que ya te habías hecho a los madrugones, a la oscuridad y al frío, te despiertas (o más bien te despierta tu reloj biológico) 5 minutos antes de que suene el despertador.
Y te das cuenta de que estás congelado.
Te aferras a las sábanas tratando de calentarte y descansar en apenas 4 minutos (la razón no funciona a horas tan tempranas) y tras fallar estrepitosamente en tu intento te dispones a empezar una nueva semana.
Lo creáis o no eso de que haya 0 grados en la calle ayuda enormemente a tus ganas de empezar la jornada con pensamientos como "a ver cuando llego a ese maldito hospital que de la estufa no me separa ni la supervisora".
Efectivamente en el hospital te encuentras con un microclima típico de las Canarias con una temperatura constante de 27º, que tiende a descender cuando a algún ilustrado se le da por abrir las salidas de emergencia del pasillo, para hacer "corriente". Al último que lo hizo lo deportamos a Siberia.
Una vez en el hospital lo primero de todo es firmar, porque tú no vas a pasarte allí la mañana para que luego te pongan faltas de asistencia. Porque, y esto es importante, allí a nadie, absolutamente a nadie, le importa si vas o no. A nadie. Solo a la profesora asociada, que es la que pone las notas a tu mes y medio en prácticas y a la que solo ves dos días. Lógica pura.
Justo después de firmar te vas a ver lo más importante. El libro de incidencias. Porque tú te vas a encargar de ciertos pacientes y te interesa saber si hay ingresos, traslados, altas... o muertes. Y por desgracia hay de esto último.
Es especialmente duro cuando ves que ha fallecido un paciente que habías llevado desde tu primer día, con el que habías hablado y reído. Un paciente con el que hablaban de continuar un tratamiento durante 1 año, y que en poco más de 3 días sufrió un espectacular empeoramiento. Es impactante los cambios que puede sufrir una persona en solo unas pocas horas, pasando de pasear por los pasillos a estremecerse de dolor en la cama. Pero para los demás la vida sigue (y menos mal).
Así que también seguimos nosotros (o más bien empezamos), con la maravilla de tomar controles matutinos. Ayuda mucho entrar en la habitación y que familia y paciente ya estén despiertos, pero eso no siempre pasa, y con muchos pacientes no tienes la certeza de que se vayan a despertar ni siquiera con el incomodo manguito de la tensión. Cuando estás con alguno ya te das cuenta de que te van a salir valores muy anormales y buscas por todos los medios silenciar las mil y una alarmas que tienen los malditos aparatos. Que cada vez que sale alguien con una tensión del estilo 40/20 (que los tiene habido) la alarma la escuchan en todo el hospital y alguien en la cafetería comenta "uf, ese está fatal".
Una vez tomadas las constantes y solucionadas todas las emergencias de primera hora (que para ser tan temprano hay unas cuantas) toca pasarlo todo al ordenador. Y te encuentras con un programa que es más viejo que el ordenador. Con aquellas ventanas típicas del Windows 95 y con unos dibujos que te recuerdan al primer videojuego que heredaste de tu tatara-tío. Simple, fácil de usar y sobre todo simple (otra vez).
Y luego a esperar, si hay suerte, porque seguirán surgiendo cosas que hacer, cosas que pinchar, cosas que purgar, cosas que limpiar... Hasta que podamos pasar visita con el médico y los proyectos (que como nosotros siempre van un poco perdidos). Digo podamos porque los avistamientos de médicos por un pasillo son casos extremadamente raros, así que si ves alguno síguelo porque probablemente ya haya visitado la mitad de tus habitaciones sin que nadie se haya enterado.
Una vez hecha la visita se procederá a revisar todo lo que los pacientes tengan clavado en sus carnes: vías, catéteres, sondas... Aunque este paso puede sustituirse con un "está todo bien" fruto de la pereza y la vagancia. También puede ser que se hagan curas de heridas y úlceras (que en los pacientes de paliativos no son precisamente escasas), pero por lo general es suficiente con impedir el avance de la herida y que así esta no produzca olor.
A media mañana llega el momento de la medicación de las 12, que puede recibir el nombre de sangría. No porque abunde la bebida (que también, de ahí la cara de idiotas felices que llevamos a partir de la una) sino porque son escasos los días en los que ningún pobre enfermero se deje unas gotas de su preciada sangre en el suelo de la sala. Todo son objetos de tortura.
No hay nada acolchado, ni gomaespuma, ni cosas blanditas. Todo pincha, rasca o es potencialmente venenoso. Esto convierte a una sala de enfermería en un paraíso de emoción para cualquier bebé explorador y provoca una crisis histérica en cualquier madre (incluida la tuya, que "ojo con los cristales").
Una vez pasado el apuro sin haber perdido la integridad de la piel se reparte toda la medicación, y es posible disfrutar de unos segundos de tranquilidad. Luego vuelven a surgir las emergencias (que misteriosamente solo aparecen cuando pareces tener unos minutos de tranquilidad).
Si dejas todo solucionado, tratamientos confirmados y medicación lista puede que, y solo puede, consigas escaquearte unos minutos antes de la hora de salida.
Pero solo unos minutos eh, lo de salir una hora antes (o más), eso NUNCA.
Ante todo, seriedad...