sábado, 5 de diciembre de 2015

Nivel 2: de venas a arterias.

Cuando me ofrecieron pinchar mis primeras gasometrías, noté cómo mi corazón empezó a acelerarse. Obviamente estás ahí para aprender y, aunque era mi tercera semana y yo pensaba que era demasiado pronto para hacer eso, no podía negarme, así que cogi aire y solté: "si se le nota bien el pulso, se la hago". Entonces me adelanté mientras mi enfermera preparaba la batea con las cosas necesarias (gasas, esparadrapo, y varias agujas para las gasometrías). Al primer paciente, un señor mayor, se le notaba bastante y me atreví. Para que veáis dónde se debe pinchar una gasometría, os dejo esta imagen:



Todo genial hasta el momento y entonces yo me vine arriba y dije: "venga, pincho también la siguiente". Mal. Mal Esther, muy mal. Tenías que haber parado ahí, que ya lo habías hecho bien, ya tenias un 10 en gasometrías (no creo). Mientras mi enfermera enviaba esa primera al laboratorio, yo fui buscándole el pulso a nuestro segundo paciente,  en este caso, una señora también algo mayor. Os prometo que en ese momento se le notaba bien, pero en cuanto la enfermera me pasó la aguja, la arteria debió esconderse. En ese momento tenía dos opciones: rendirme o arriesgar. Es como en los exámenes tipo test cuando en una pregunta estas en dudas y no sabes si contestarla y arriesgarte a que esté mal y te descuente o simplemente no contestar. En ese momento no me acordé que siempre que arriesgaba solía fallar. Lo único de consuelo fue que, obviamente, al fallar, le dejé el turno a la enfermera, y digamos que no la encontró a la primera tampoco. Aún así, ha sido toda una experiencia y no me arrepiento de haberme arriesgado.