viernes, 4 de diciembre de 2015

Viernes 13

Los viernes son días complicados, se mezclan muchos sentimientos y tu personalidad se trastorna a medida que avanza el día.
Por una parte estás agotado de toda la semana y solo piensas en el momento de llegar a casa y tumbarte en tu cama a disfrutar del maravilloso puente. Y claro, es viernes y también quieres irte pronto, así que a partir de media mañana empiezas a hacerlo todo a correr. Y las prisas son malas para todo... Pero empecemos por el principio.
Empezaba el viernes con la expectativa de que mis compañeras de unidad me iban a abandonar, así que tuve que asumir que tendría que cargar con el triple de pacientes que un día normal. Esto suponía una perspectiva interesante para mí viernes.

Por suerte, una arrepentida volvió a mí y yo la acogí entre mis brazos aliviado, viendo así truncada mi más que probable futura muerte ahorcado entre cables de tensiómetros.
Así pues nos dirigimos a la planta unos minutos antes de lo normal (casi puntuales). Al llegar nos disponemos a entrar en acción lo antes posible para poder paliar los efectos de la baja de uno de los proyectos.
La reacción de nuestros enfermeros nada más vernos llegar con prisas y ganas de ponernos a trabajar: "¿queréis café?". Tengo que decirlo. Si ya pensaba que mi enfermera era un sol antes, con esto ya me derritió. Porque realmente no tendrían por qué molestarse en ser amables con nosotros. Y aún así lo son (en general, claro) y eso hace mucho más agradable compartir las mañanas juntos.

Tras rechazar el café (que ya aceptaríamos a media mañana), nos disponemos a empezar la rutina. Y aunque el trabajo de más se nota ligeramente no nos trastoca. Todo se altera cuando empiezan a aparecer altas. Sí, ALTAS.
Por una parte te alegras. Primero, porque son altas, y eso es algo que sinceramente en una unidad de paliativos no te esperas. Segundo, porque pasar todo el día en un hospital durante tanto tiempo es triste y deprimente, y te motiva pensar que van a poder ser libres y seguir con sus vidas, tanto ellos como sus familiares. Sin embargo también te entristece porque acabas cogiendo confianza con ellos y es agradable hablar un poco con alguien ajeno al estrés del pasillo. También suele ocurrir que los familiares de estos pacientes son los más majos (y los peores familiares son de los pacientes que más aguantan...).


Así que cuando por primera vez un paciente se despide de ti, y además te deja un regalo, pues te llega a las aurículas. Te sientes realizado y feliz, y aunque para ti una sonrisa ya es agradecimiento suficiente, unos bombones no se rechazan, y menos aún con el hambre que entra a media mañana.

Tras el descanso de las 12 y media se va acercando la hora de marchar, y empiezan a aparecer las prisas. Así que preparo la medicación como si me fuese la vida en ello (que la vida no, pero la comida sí que me iba). Y después de eso, a pinchar.
Una de las primeras cosas que observas cuando empiezas a hacer prácticas en el hospital es que todas aquellas medidas de prevención, higiene y demás que se estudió en la carrera el año pasado viene siendo el papel para limpiarse las manos. Nadie, absolutamente nadie, sigue las normas de prevención necesarias. Como tú no quieres sentirte idiota ni quedarte sin piel por ir a lavarte las manos cada 2 minutos y coger guantes cada vez que sales de una habitación pues vas emulando su comportamiento. Y acabas siendo tú el idiota.

Porque es viernes, estás a punto de largarte para volver a tu casa, con las prisas, las ganas de terminar con todo, y ese toque de ego con el que haces las cosas con un estilo digno de llevar trabajando allí 10 años.
Y vas y te pinchas.

Notas un pequeño pinchazo en el dedo y nada más notarlo vas a buscar el origen de ese dolor.

Allí está: pequeña, afilada, casi como riéndose de ti. La aguja con la que acabas de pinchar al paciente que ingresó el día anterior se ha salido de su capuchón con el firme propósito de pincharte a ti y arruinarte el día.
Es entonces cuando te da un mini-infarto. El día anterior ingresaron dos pacientes, y ya sabes que uno de ellos tenía hepatitis. Prefieres no pensar que tenía el otro por si el mini-infarto pierde su "mini".
Empiezas a agobiarte y notas como si la calefacción hubiese subido 20 grados de golpe. Y pensar que ayer a estas horas tu mayor problema era pensar en la cena... A partir de ahí te olvidas del puente y ya solo piensas en la semana que viene y la excursión a preventiva, a ver que sacas de ahí.

Un día cualquiera, en un momento cualquiera, por azar del destino, te pinchas. Y ese día te puede arruinar la vida para siempre. Puede parecer absurdo, de verdad que sí, pero no vale la pena correr el riesgo por no haber tenido un poco más de cuidado. Porque tu salud vale mucho.